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Se diría que la producción artística del paisaje que utiliza la fotografía como medio de reconocimiento de la naturaleza –es decir, sirviéndose de un determinado instrumental técnico-, lleva incorporado un grado de abstracción que, paradójicamente, acerca la fotografía (su “sistema”, por así decir) a la cualidad más puramente paisajística de la pintura que solemos calificar como “abstracta”; y “obligando” a quienes se acercan a contemplar estos paisajes fotográficos a un nivel de recepción visual e intelectual no menos abstracto del que exige la mejor de esa pintura donde un radical ensimismamiento o meditación visual deviene puro paisaje, o puro concepto (y no es necesario citar nombres pues están en la mente de todos).

Decía Francis Bacon (el filósofo inglés del siglo XVI, no el pintor irlandés del XX, y ahora que cito a este último me da por pensar si sus muy conocidas pinturas no son en realidad, y por encima de cualquier otra calificación, “devastados paisajes con algo que se parece a una figura humana en su centro”); pues bien, decía el filósofo Bacon “que nada hay más vasto que las cosas vacías”. Haciendo descarado uso de esta bella idea, nos serviremos de la misma para comentar algunas características, formales y conceptuales, de las que participan los cuatro artistas fotógrafos que conforman esta exposición: Pío Cabanillas, María Antonia García de la Vega, Jesús Labandeira y Belén Serrano.
Comisariada por Miguel Cereceda, y con el título de “El Paisaje. 4 perspectivas”, la muestra se despliega en el espacio de exposición, o en el silencioso horizonte de su más pura visualidad, con la suficiente obra mostrada de cada uno de los artistas como para individualizar sus respectivas poéticas, y a su vez manteniendo entre ellos unas constantes de lo que se podría definir como elementos estructuradores de una compartida sensibilidad hacia el paisaje (sin humana figura o con sutil y ambigua incorporación de su presencia), y en tanto que principal argumento discursivo de su decir estético, siendo el primero de esos elementos compartidos, dentro de una cierta filosofía del paisaje que también podemos calificar como “filosofía del viaje”, el que los cuatro utilizan el blanco y negro (un muy cinematográfico “blanco y negro” de sugerente y definida cualidad narrativa) como los únicos colores de su paleta expresiva –y lo que acabo de manifestar es, si no falso, sí incorrecto, pues lo que perfectamente podemos comprobar en las fotografías de los cuatro artistas es que son muchos y diferentes “blancos”, como múltiples y diversos son los “negros”, pues entre ellos, como así podemos observar en gran parte de las obras expuestas, hay lugar para un raro sol de medianoche en la profundidad del bosque, o un gélido y gris atardecer en la alta montaña, o en la profunda sensualidad de tonos y matices “blanquinegros” que podemos encontrar en una playa caribeña, o en las infinitas notas de impreciso color que, al igual que en la música, se despliegan, cual huidizas sombras, en cualquier hábitat doméstico. Pues bien, todos estos “colores” están presentes en los paisajes en blanco y negro de estos artistas.
Comisariada por Miguel Cereceda, y con el título de “El Paisaje. 4 perspectivas”, la muestra se despliega en el espacio de exposición, o en el silencioso horizonte de su más pura visualidad, con la suficiente obra mostrada de cada uno de los artistas como para individualizar sus respectivas poéticas, y a su vez manteniendo entre ellos unas constantes de lo que se podría definir como elementos estructuradores de una compartida sensibilidad hacia el paisaje (sin humana figura o con sutil y ambigua incorporación de su presencia), y en tanto que principal argumento discursivo de su decir estético, siendo el primero de esos elementos compartidos, dentro de una cierta filosofía del paisaje que también podemos calificar como “filosofía del viaje”, el que los cuatro utilizan el blanco y negro (un muy cinematográfico “blanco y negro” de sugerente y definida cualidad narrativa) como los únicos colores de su paleta expresiva –y lo que acabo de manifestar es, si no falso, sí incorrecto, pues lo que perfectamente podemos comprobar en las fotografías de los cuatro artistas es que son muchos y diferentes “blancos”, como múltiples y diversos son los “negros”, pues entre ellos, como así podemos observar en gran parte de las obras expuestas, hay lugar para un raro sol de medianoche en la profundidad del bosque, o un gélido y gris atardecer en la alta montaña, o en la profunda sensualidad de tonos y matices “blanquinegros” que podemos encontrar en una playa caribeña, o en las infinitas notas de impreciso color que, al igual que en la música, se despliegan, cual huidizas sombras, en cualquier hábitat doméstico. Pues bien, todos estos “colores” están presentes en los paisajes en blanco y negro de estos artistas.
La muestra se despliega en el espacio de exposición, o en el silencioso horizonte de su más pura visualidad
En efecto, nada es más vasto que las cosas vacías. Y bien pudiera ser esta frase/idea el “leitmotiv” de la exposición, pues la propia abstracción de su enunciado es lo que permite el desarrollo singular y expresivo de cada uno de los integrantes de la muestra. Pues vacío hay, sin duda, en la serie “Invierno” de Pío Cabanillas, donde la misma imagen adquiere la natural grandiosidad de su referente expresivo: cumbres y glaciares que han sido fotografiados con una pastosidad cromática que le acerca a la cualidad pictórica propia de las obras de algunos grandes pintores del expresionismo abstracto americano, pero sin renunciar (bien al contrario) a un cierto orgullo de la fotografía en su utilización técnica más sofisticada. Como vacío hay, por descontado, en la inquietante secuencia doméstica creada por Jesús Labandeira -incluso (o a ello debido, quizá) con la presencia en las imágenes de seres vivos (humanos y animales)-, y en la cual, en dicha serie -pequeñas fotografías, convertidas en grabados, de un paisajismo de interior o de paisajes exteriores “leídos” desde una dimensión privada y secreta-, asistimos a una brillante evocación de los pictorialismos que tuvieron lugar entre las últimas décadas del siglo XIX y la Gran Guerra. Como vacío hay, cómo negarlo o cómo no verlo, en la barroca frondosidad vegetal de los bosques que interesan y emocionan a María Antonia García de la Vega, tan radicalmente solitarios que se diría que únicamente son habitados por su propia intensidad vital, como si fueran una versión nacional (los bosques fotografiados pertenecen a la geografía española) del bosque movible de Birnam en el “Macbeth” de Shakespeare. De ahí, quizá, el muy interesante y cinematográfico “fuera de campo” que la artista ha sabido reflejar: en estos bosques ocurren hechos que no podemos ver. Como vacío hay, naturalmente, en los paisajes panorámicos de Belén Serrano, donde en muchos de ellos la solitaria figura humana que vemos parece existir en tanto que “idea de la representación”, o como testigo de cargo de una concreta desolación existencial, o como “agent provocateur” de la condición humana ante la implacable indiferencia de la naturaleza. Son fotografías que parecen planos generales de películas, y en la que el sujeto retratado (o agrupaciones humanas que son “filmados” como si fueran un solo ser) ocupa una pequeña parte de la imagen, en la que se describe una situación que no terminamos de entender o comprender, tal es el delicado misterio de estas imágenes.
“El Paisaje. 4 perspectivas” es una muestra que podría ser calificada desde diferentes perspectivas (“romántica”, discurso fotográfico sobre lo sublime, meditación visual, la naturaleza como idea abstracta de representación por medio de la fotografía…), pero probablemente su argumento defensivo más valioso e interesante radicaría en la idea de que una cierta consideración de la visibilidad del hecho fotográfico está engarzada en algo así como “la memoria de la especie”, la cual fija la conciencia personal (y el inconsciente) a estructuras de reconocimientos simbólicos, artísticos y culturales. No es poco, ciertamente.
“El Paisaje. 4 perspectivas” es una muestra que podría ser calificada desde diferentes perspectivas (“romántica”, discurso fotográfico sobre lo sublime, meditación visual, la naturaleza como idea abstracta de representación por medio de la fotografía…), pero probablemente su argumento defensivo más valioso e interesante radicaría en la idea de que una cierta consideración de la visibilidad del hecho fotográfico está engarzada en algo así como “la memoria de la especie”, la cual fija la conciencia personal (y el inconsciente) a estructuras de reconocimientos simbólicos, artísticos y culturales. No es poco, ciertamente.
Por: Luis Francisco Pérez
Fecha: 10/06/2022